jueves, 6 de mayo de 2010

Subidas

  Llevo ya calentando un rato, siento cierta soltura en la musculatura y la sudoración es incipiente. Tras la zona cuasi llana abordo la subida programada en mi ruta. Miro hacia arriba y la inclinación me infunde cierto respeto y temor. Me conciencio de que ha llegado la hora de sufrir. Me resigno y me convenzo de que mi fuerza de voluntad es infinitamente superior a cualquier desnivel que se me pueda cruzar en el camino. Lucharé en contra de la gravedad que tirará de mi montura en el sentido opuesto de mi marcha frenando a cada segundo mi progreso. Venderé cara mi rendición. Que digo! La rendición no entra dentro de mis opciones, no existe en el mundo en el que estoy ahora. Mis músculos están preparados para el desafío y mi mente más.
  Bajo al plato pequeño. Tanteo el primer desnivel con la zona media del casete. Siento que voy bien, pero necesito dosificar fuerzas y opto por adoptar una cadencia de pedalada rápida al subir una relación. Borro de mi mente cualquier prejuicio o fantasma que frenen mi arrojo y me concentro un poco mas. Voy afinando la sincronización con los giros de pedales. Los sonidos que salen de la maquinaria en cada empujón se convierten en mi diapasón personal.Clavo la mirada un metro por delante de la rueda delantera anticipándome a la mejor trazada que me permita mantener el ritmo con el menor esfuerzo posible.
  Mi bici y yo somos uno.Hemos llegado a un estado simbiotico en el que el uno no puede existir sin el otro. Tomo un punto de referencia a lo lejos por delante de mi. Ese árbol será mi meta volante y a la vez me servirá de ayuda moral. A por él. No tengo ni tiempo de pensar en otras cosas y ya tengo que fijar otra meta volante. El árbol ya es historia. Mi sistema de refrigeración corporal desempeña su cometido y está a pleno rendimiento. Me arrolla el sudor  por la frente. Procuro esquivar las gotas para que no me entren en los ojos.
  Los primeros síntomas de cansancio me hacen adoptar ciertas posturas inadecuadas. No sucederá. Me agarro con saña a los acoples del manillar aumentando mi superficie pectoral para facilitar la respiración. Junto un poco las rodillas para que vayan lo mas próximas al cuadro para aprovechar al máximo el trabajo de los cuádriceps. Vamos. Otra meta volante. Paulatinamente los músculos de mis piernas dejan de dolerme. Me siento fenomenal, fuerte. Ahora empieza lo bueno. Se va enterar la subidita. Bajo un desarrollo me levanto del  sillín y aprovecho para estirar las extremidades. Vigilo la tracción de mi rueda trasera para que no derrape en la gravilla y desperdiciar la energía de la pedalada. Vuelvo a sentarme.
  He perdido la noción del tiempo. Noto por el grado de humedad corporal y los espacios cada vez mas abiertos a mi alrededor que ya llevo un buen rato ascendiendo. Alzo la mirada y veo como el caminito va recuperando su horizontalidad a lo alto de la loma. Ha llegado el momento de la explosión de lo que me queda dentro. Aprieto los dientes y aumento la cadencia de pedaleo. Muevo fácil el desarrollo con lo que bajo una relación. Empiezo a tirar a lo bestia. Un dos, un dos. El corazón se me va a salir por la boca. Un dos, un dos, me zumban los oídos y mis músculos aúllan de dolor. Me doy cuenta que progresivamente ya no necesito tanta fuerza para mantener la velocidad, sino que además la estoy incrementando. Mi organismo inicia la recuperación de la subida. Una satisfacción más. Inconscientemente la adrenalina ha incinerado parte del estrés acumulado en el día a día. Disfruto del paisaje mientras el agua refresca mi garganta.
  Una muesca añadida a mi orgullo personal....

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