domingo, 30 de mayo de 2010

Esperando lo inesperado

 Con los corazones ebrios de felicidad pasábamos los días entre frecuentes llamadas y mensajes por teléfono móvil. Nuestra unión sentimental se reforzaba día a día. Lo que ella sentía lo sentía yo, los estados anímicos eran compartidos, vivíamos en una nube. con una dualidad interna muy intensa. Nuestro corazón creía e ilusionaba a todo nuestro ser con pensar en que todo iba a tener una resolución positiva, pero nuestra cabeza nos mantenía con los pies en la tierra y limitaba tanta euforia. Los tres primeros meses eran de vital importancia, lo sabíamos y lo temíamos. Jugábamos a adivinos con estrambóticos calendarios chinos y memeces varias con el fín de adivinarte el sexo que te iba a ser asignado por madre naturaleza.
  Al llegar la revisión rutinaria de los 3 meses de gestación, la ecografía daba luz a tanta especulación. Con la mirada clavada en la pantalla te veía en diversas posturas. Tus piernecitas dobladas se veían  a la perfección, tus manitas, tu columna vertebral, tu cabecita, todo estaba en su sitio y en inmejorables condiciones y cómo latía tu corazón...Musica celestial y abrumadora para mis sentidos. Al fin mis ojos se fijaban en una protuberancia que no me era desconocida. La tocóloga nos preguntaba si deseabamos saber tu genero, contestando un unísono "sí". Me adelantaba a comentarle si cabía la posibilidad de que fueras niño. Había acertado con el intríngulis que nos atenazaba estos últimos tiempos, dando lugar por parte de la especialista a mi nombramiento como sexador de fetos honorario. Allí estabas, mi hijo Adrián. Tu nombre ya resonaba en nuestra mente durante muchos años atrás. Te lo habíamos asignado como posible integrante de una familia que ya queríamos fundar como planean muchas parejas seguras de su relación y como proyecto de futuro. Siempre has formado parte de nosotros.
  Un buen día, la realidad superó a la ficción y lo que tanto temíamos que sucediera llamaba a la puerta sin piedad. Complicaciones durante la gestación hicieron que mamá tuviera que dejar el trabajo y mantener reposo dando lugar a nuestras primeras preocupaciones serias.
    Entre cuidados, mimos a raudales y paseos suaves, fueron pasando los días que se convirtieron en semanas y en meses. El periodo reglamentario que dicta la naturaleza se iba extinguiendo y tú no hacías amagos para dar el último gran paso.
  Salvo por el contratiempo antes mencionado, todo se iba desarrollando de la mejor manera posible. Sin náuseas al comienzo, sin dolores reseñables y con el mejor de los ánimos. La última etapa nos reservaba una mala pasada.

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