miércoles, 9 de febrero de 2011

La naturaleza es para vivirla no para soñarla

   Entre las múltiples personas que se cruzan en mi vida a diario por motivos laborales, debo hacer especial mención a mi último encuentro. En este relato mi protagonista adoptara el nombre de Pepón.  Pepón es una persona de edad avanzada, con un cuerpo grande y robusto forjado en las entrañas de la tierra a golpe de martillo neumático extrayendo el negruzo mineral. Su pelo canoso y su mirada bonachona solo me podía  transmitir buenas sensaciones. Una persona vinculada desde su edad mas tierna a la naturaleza, valiente y con compromiso a la cual no se le quebraba la espalda para sacar a los suyos adelante y echarle horas a la mina hasta el punto de poseer el record de la Camocha al volumen de extracción de mineral en una jornada, record que quedará inmortalizado para la eternidad dado el cierre de dicha explotación.  Su apasionada verborrea y dialogo incansable y tranquilo me transpotaron, en las horas donde la mente y el cuerpo va buscando la evasión de la rutina diaria del día, a un medio natural y puro. Su conocimiento del medio traspasaba cualquier ecologismo que podamos conocer y su visión del respeto a la naturaleza se basaba en la que cualquier miembro de cualquier tribu podía tener con su entorno natural  buscando el justo equilibrio y coexistiendo ambas partes.  Su condición de cazador, alimañero y pescador no estaba reñida con su infinito amor a la vida. Me hizo ver, argumentando sus palabras, de la necesidad de la caza por su efecto de selección de los animales mas viejos y enfermos a la vez de la filosofía de protección que estos prodigan por su modo de vida y descalificando con dureza a los escopeteros (aficionados que solo buscan el placer de disparar por disparar) que no hacen mas que crearles una imagen equivocada de su gremio.  Me confesó de la existencia de la escurridiza nutria de río en nuestro entorno más próximo. Me habló de la adaptada e ingenua anguila  que se podía desplazar en tierra hasta un kilómetro y medio hasta su próximo cauce respirando con pulmones. Me explicó del porqué, el cómo y el cuándo el centollo entraba en la desembocadura de las rías para mudar su caparazón ayudándose de las corrientes de agua. En contrapartida hablaba de los supuestos protectores de la naturaleza en forma de agentes de la ley furtiveando con las truchas o con los oricios, dejandole un gran pesar y desengaño a su fragil corazón de enamorado del medio.  

  A la vuelta del trabajo para casa en mi máquina, pedalada tras pedalada hiban retumbando en mi cabeza sus últimas palabras de despedida : La naturaleza es para vivirla no para soñarla.


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